Hace días que no escribo para este espacio. Por suerte mi blog, hasta el momento, no tiene la relevancia y recepción que otras bitácoras gozan; de lo contrario NoticiasMartí hubiese dicho que también yo estaba suspenso. La verdadera razón por la que no había vertido últimamente mis reflexiones en este pedazo de ciberespacio es que he estado ocupado en un módulo más de la maestría en historia que estoy cursando. Si bien mis estudios me han alejado del blog, también me han ayudado a encontrar, de chiripa, el nuevo tema al que pienso dedicar este post: La cultura cinematográfica, y las políticas culturales en Cuba.
Los lectores empedernidos habrán notado que el título de este post se lo tomé prestado a Alberto Abreu Arcia, específicamente del libro homónimo con el que este autor ganó el Premio Casa de las Américas en el 2007. Abreu Arcia en su texto intenta responder algunas interrogantes sobre la delineación del campo cultural cubano a partir del triunfo revolucionario. Notarán entonces que el préstamo no es azaroso, a pesar de que el texto mencionado se centra en la literatura y yo en el cine. En mi post no busco redescubrir el agua tibia; sin embargo creo que sería de gran importancia, para entender algunas de las medidas recientemente tomadas con algunos emprendedurismos recreativo-culturales, regresar sobre la evolución de la cultura (cinematográfica) en nuestro archipiélago, y las formas en que se han intentado conducir este proceso.
Cuba siempre ha sido un país cultural, o al menos el proyecto de nación cubana ha sido fundamentalmente cultural. La Revolución de 1959 rinde merecido tributo a esta herencia, tanto así que Oscar Zanetti ha llegado a afirmar que “Como todas las revoluciones, la de 1959 no es hija de la miseria ni la corrupción absolutas. Es hija de las frustraciones y las insatisfacciones, de aquello que se considera puede conseguirse y que, por determinadas razones, no se alcanza.”. No es de extrañar entonces que a tan solo tres meses de la victoria revolucionaria se fundara la primera institución cultural de magnitud, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). El cine por aquel entonces gozaba de una popularidad excepcional, así que este era el medio ideal y estratégico para documentar y difundir la obra que recién comenzaba. Después vendrían otras fundaciones, pero el cine fue el primer frente de batalla cultural e ideológico de la Revolución. Ya se había comenzado a hacer cultura, ahora había que encarrilarla en el camino adecuado.
Casi todos los teóricos coinciden que las políticas culturales de la Revolución cristalizan en el conocido discurso de Fidel Palabras a los intelectuales, momento en el quedó para la historia aquella frase: “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho”. El lector suspicaz habrá notado que “dentro” y “contra” no son antónimos; mi opinión es que el Comandante escogió con toda intención estas palabras para la construcción de la frase. La intención era, o pudo ser, dejar suficientemente claro que se podía estar dentro de la Revolución (como algunos intelectuales militantes en las filas de organizaciones políticas) o fuera de esta (como algunas de las personas reunidas en la Biblioteca Nacional aquellos días 16, 23 y 30 de junio de 1961); pero nunca se permitiría estar contra ella.
Mientras ciertos personajes de la política cubana se han escudado en la mencionada cita, para justificar los diferentes intentos de limitar la producción cultural cubana a la tendencia del realismo socialista, desde el ICAIC se libró (en un tiempo) una batalla intensa para que en la cultura tuvieran cabida las diferentes corrientes estéticas que en diversos momentos han cultivado y defendido los artistas e intelectuales cubanos. A partir de los sesenta comenzó para la cultura en Cuba una época prodigiosa, aunque también polémica. El ICAIC, específicamente, siempre ha mantenido el monopolio sobre la industria y distribución cinematográfica en nuestro archipiélago. En varios momentos esta institución ha estado bajo la lupa; las ocasiones más conocidas han estado asociadas a las producciones de PM (censurada por el ICAIC), Cecilia Valdés y Alicia en pueblo Maravilla. A pesar de los reiterados tragos amargos por los que ha pasado el ICAIC siempre se ha mantenido a flote; sin embargo hoy la masificación de las nuevas tecnologías, con las facilidades que brindan a la producción y distribución audiovisual, constituye, sin dudas, una amenaza para la “industria” cinematográfica cubana.
La cultura continuó desarrollándose en Cuba, no tanto siguiendo los derroteros trazados por el funcionariado del Consejo Nacional de Cultura, sino los designios de los propios creadores. Las fricciones entre políticos e intelectuales se hicieron cada vez más seguidas, de ahí la necesidad de redefiniciones. El segundo momento importante de las políticas culturales revolucionarias fue el 1er Congreso de Educación y Cultura. Entre los participantes al cónclave encontramos a Roberto F. Retamar, Marta Arjona, Mariano Rodríguez, Raúl Roa, José Antonio Portuondo, entre otros; y una personalidad siniestra para la cultura cubana, Luis Pavón. A partir de aquí la política cultural se volvió parametrizada (durante un quinquenio), durante un tiempo la situación de muchos intelectuales se torno gris, con pespuntes negros. Por suerte el ICAIC, sin estar totalmente al margen de los acontecimientos, supo mantenerse fiel a su política abierta e inclusiva, única forma de mantener el monopolio cinematográfico de forma legítima.
Saltando a la actualidad encontramos a un ICAIC que, a tono con la actualización del modelo cubano, se redefine. Solo hay una cosa que esta institución no está dispuesta a perder, el monopolio sobre la producción y distribución cinematográficas en Cuba. Nadie puede negar la industria cinematográfica cubana ha gozado de una salud de hierro a partir de la institucionalización promovida por la Revolución, pero también, en otros momentos, ha resultado un freno para la producción y distribución audiovisual independientes. Aunque en la reciente nota oficial, donde se informaba la clausura inmediata de las salas particulares de exhibición de películas 3D, solo se atribuye la medida a la ilegalidad de las mismas, no cabe duda que entre los motivos se encuentran la competencia que significaban estas iniciativas para los cines estatales, y la dificultad del ICAIC para el control de las mismas. Las claves las podemos encontrar en el artículo ¿La vida en 3D?, publicado una semana antes en Juventud Rebelde, donde se alude a la posible incongruencia de las películas exhibidas por los particulares con los lineamientos de la política cultural cubana, documento que por cierto no existe, o al menos no está disponible públicamente, ni siquiera en la Web del Ministerio de Cultura. Parece ser que las contradicciones no eran tantas, porque han comenzado a aparecer salas de exhibición 3D, en las que se proyectan los mismos filmes que antes ofertaban las salas particulares, solo que esta vez es el ICAIC quien parte y reparte.
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