Por estos días se va a desarrollar en la Habana un debate, en el espacio “Dialogar Dialogar”, sobre un posible “desmontaje” que amenaza la historia de Cuba. Me encantaría participar del encuentro, sin embargo la distancia y las responsabilidades me lo impiden. Así fue que decidí de redactar estas ideas al respecto del tema de dicho debate, que sin más preámbulos, comparto a continuación.
Antes de cualquier reflexión sobre el “desmontaje de la historia” debemos dejar claro qué entendemos por historia. El término es bastante problemático, pues designa por igual (sin que constituya esta la más acabada definición) un conjunto de hechos, con sus causas y consecuencias; y la disciplina científica que estudia dichos hechos. Con el fin de no confundirnos diferenciaremos ambos elementos, al primero lo llamaremos Historia, con mayúscula, al segundo solo historia.
La Historia es imposible de desmontar, sobre todo porque nadie puede cambiar el pasado. Podemos aportar a la Historia, teniendo en cuenta que todo evento pasado fue una vez presente. Por lo tanto, las decisiones que tomamos en la actualidad, esas que nos llevan a comportarnos de una manera u otra, son las que engendran los hechos que una vez ocurridos, pasan a ser parte de la Historia. Podemos decidir rectificar una mala decisión, pero no podemos cambiar el hecho de que en algún momento pasado habíamos decidido una cosa y no otra.
Es posible que la frase “desmontar la historia” se refiera a cambiar la disciplina que estudia la Historia, o para ser más exacto, los resultados de las investigaciones alcanzados dentro de la disciplina. Cuando hablo de resultados me refiero al conocimiento que poseemos sobre la Historia, que se materializa en informes, libros, artículos, conferencias, etc. Es válido aclarar que ese conocimiento es una reconstrucción de los hechos pasados, los cuales son imposibles de atrapar, en todas sus dimensiones, por la mente humana.
Por esta razón es que me gusta decir que existen muchas historias sobre la Historia. Cada historia es narrada, aunque no siempre se acepte, desde un punto de vista determinado, y el historiador es incapaz de desprenderse de sus conocimientos previos, sus creencias, su ideología, e incluso sus sentimientos. De aquí que considere totalmente falsa la idea, tan extendida, que la “historia la escriben los vencedores”. En muchas ocasiones los vencidos también tienen su historia de lo ocurrido.
Antes de continuar por esa línea, quiero decir que considero muy desafortunada la frase “desmontar la historia de Cuba”. Para desmontar algo, primero debió ser montado, y solo pensar que la historia de nuestro país pudiera ser un “montaje” me da repulsión. Preferiría que las personas que hoy están debatiendo sobre este tema se refirieran al mismo como un intento de cambiar la historia de Cuba, o lo que es igual, cambiar el conocimiento que tenemos sobre el pasado de la nación.
Las personas que intentan cambiar lo que conocemos sobre el pasado de Cuba, hacen de su blanco predilecto, aunque no el único, los periodos pre-revolucionario y revolucionario. Las estrategias más usadas por ellos, para narrar su historia, es ver a través de un prisma de color rosa de todo lo anterior al 1 de enero de 1959, y alegar que todo lo ocurrido después ha sido “gris, con pespuntes negros”. Por otro lado, no es menos cierto que algunos historiadores nacionales han ensayado la misma estrategia, pero a la inversa.
Una de las preguntas que considero medulares en este debate es: ¿qué peligros encierra el cambio de la historia de Cuba? En nuestro caso la narración de lo pasado da sostén y coherencia al presente y futuro. Aquello que sufrimos en el pasado, ese estado de cosas que vivimos y al que no queremos regresar, nos impulsa a luchar por un futuro mejor. Si de pronto nos cambian el pasado, es muy probable que comencemos a desear un futuro diferente. La única forma de impedir que nos cambien el conocimiento que tenemos sobre el pasado de nuestra patria es haciendo más y mejor historia. Lamentablemente no siempre es así.
En muchos textos encontramos héroes encartonados que no pueden despertar nuestras simpatías pues parecen de otras galaxias. En otras ocasiones seleccionamos, u omitimos, los hechos a narrar de forma tal que todo encaje perfectamente para demostrar nuestro punto de vista, y nos exponemos a perder la credibilidad si el lector descubre que no le estamos contando toda la verdad. No pocas veces nuestros libros poseen un didactismo desmedido, causando el rechazo de aquellos lectores que no les gusta que los traten como a unos idiotas.
Es necesario ser más críticos con nuestra Historia. Nuestros historiadores deben aprender a narrar de maneras más divertidas, sin que esto signifique renunciar a la objetividad del relato. El Estado, y aquellos que dirigen las políticas editoriales, deben entender que la historia no se nutre solo de la memoria de generales victoriosos, que el pueblo “anónimo” muchas veces tiene mejores cosas para contar. Es imprescindible que aceptemos que nos toca defender una verdad, pero esa no es toda, y ni siquiera es la única verdad, sobre la Historia de Cuba.
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