La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Así reza una máxima martiana que no tiene negación posible. Sin embargo, cuando la muerte obliga a un amigo a la partida, deja un hueco enorme en aquellos que se quedan. No importa que los amigos no estén en permanente contacto, los amigos, una vez que lo son, lo serán para siempre. Por eso hoy, 4 de enero, siento la pérdida de Rubén Artiles con bastante conmoción, pues aunque no nos veíamos a diario, yo lo admiraba, y lo sentía mi amigo.
Por allá por el 2007, o 2008, no recuerdo bien, estudiando psicología, me dio un tiempo por escribir. Creo que a todos los jóvenes con aspiraciones intelectuales les da en algún momento por eso. Me enteré que en la Casa de Ciudad se hacia un taller literario que dirigía Rubén, me presenté, y me uní al grupo. Después estuve varias veces en su casa, llevándole unos cuentos que eran terriblemente malos, y que él intentó ayudarme a mejorar, a pesar de saber que no tenía futuro en ese campo.
Rubén estuvo muchos años sin trabajar con el Estado, después de abandonar la medicina para dedicarse a la literatura le fue difícil encontrar algo que le cuadrara bien, al menos eso me contó. Así que me dio tremenda alegría cuando en el 2012 me lo encontré trabajando en el Instituto Provincial del Libro, inmerso en la organización de la Feria del Libro de ese año. Tenía mil ideas para mejorar la deplorable gestión de esa institución en nuestra provincia, no sé si llegó a concretar alguna.
Déjenme aclararle que la casa de Artiles era otro de los proyectos personales que lo marcaron. Cuando comencé a visitarla me enseñó las “innovaciones”, que habían asombrado incluso al arquitecto de la comunidad, y que había realizado para construirse una habitación “flotante” el final de, y sobre, la vivienda. Tal vez ahí es que desarrolló su amor por las construcciones, porque el amor a la fotografía estaba desde antes. La unión de esas dos pasiones, en un artista como Rubén, parió muchas de las imágenes sin precedente de Santa Clara, que nos legó.
Hace un año, tal vez un poquito más, estuve de nuevo de visita, no recuerdo el motivo y tampoco importa, en casa de Rubén. Sabía que estaba muy enfermo, pero no esperaba tan pronto una noticia como esta. Su muerte es una pérdida importante, irreparable, para la cultura villaclareña. Rubén destilaba poesía en sus textos, lo mismo en los versos que en la prosa; cada foto tomada por él es un poema, era el padre de una niña preciosa que bien podría llevar por nombre Musa. Rubén Artiles era, en el más estricto sentido lezamiano, un poeta.
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