La nómina de mi CDR está compuesta por 147 personas y 10 cerdos. Estos últimos no asisten nunca a las reuniones, no cotizan, ni hacen vida CDRista, pero como algunas de las personas tampoco, no importa mucho. Los cerdos llegaron a mi barrio en la década de los 90s, y aunque la cantidad ha disminuido, siempre hay uno o dos de ellos viviendo en casa de algún vecino. Los cerdos son tan importantes en sus respectivos lugares de residencia, que más de un vecino ha intentado darle de alta en la OFICODA. Ahora resulta que los cerdos peligran...
Hace días la radio provincial viene anunciando la aplicación de una medida que, aunque necesaria, afecta a más de un cerdo CDRista de la ciudad de Santa Clara. En un plazo de 48 horas, a partir del pasado lunes 26 debieron eliminarse todos los animales que viven en esta urbe. La medida responde a la necesidad del aumento de las medidas higiénico sanitarias. La situación del agua en Santa Clara es muy complicada, sin el acceso constante al preciado líquido es difícil mantener al animal en óptimas medidas higiénicas. Por otra parte, los espacios en los que se crían los cerdos pueden atraer a ciertos vectores transmisores de cólera, dengue, fiebre amarilla y otras enfermedades. Un cerdo puede salvarnos la vida, pero también puede ponerla en peligro.
En los últimos años la cría de cerdos ha significado para muchas familias cubanas la vía para resolver sus problemas, pues estos constituyen autenticas alcancías vivientes. Conozco personas que han logrado reparar y ampliar sus viviendas gracias al sacrificio de sus queridos cerditos. Más de una 15 añera en lugar de bailar el balls con el padre, debería hacerlo con uno de estos animales, responsables del pago de las costosas facturas de dichas festividades. También, en más de un caso, el cerdito de la casa es la promesa de un fin de año decoroso, predestinado a surtir la una mesa familiar, que si dependiera de los precios del mercado, quedaría tristemente incompleta. En cualquiera de los casos a los cerdos se les abrieron las puertas por necesidad y no por diversión.
La realidad, sin embargo, es que para tener cerdo se requiere un conjunto de condiciones que no todos pueden asegurar en la ciudad. Primero está el problema del espacio, conozco de anécdotas de animales embarconados, embañados, y encocinados; sin embargo ninguno de estas habitaciones, o espacios, son óptimos para la cría de los cerdos. Es necesario contar con un patio donde construir los corrales, preferiblemente cubiertos, con entrada de agua, y el correspondiente desagüe para los desechos. La segunda cuestión es la higiene, pues aunque se les conozca como “puercos”, no debe olvidarse que el destino de los mismos es nuestra mesa. La falta de atención en este sentido puede comprometer la salud del animal, y la de sus criadores y consumidores. El tercer punto que no puede perderse de vista es la alimentación, lo más fácil es echarle cualquier cosa al cerdo, pero esta práctica es incorrecta. Determinados alimentos pueden poner en peligro la vida del animal y el bolsillo del dueño, alterar el sabor de la carne, e incluso, en el peor de los casos, esta puede ser transmisora de determinadas bacterias o parásitos adquiridos por el animal a través de los alimentos que se le echen.
La medida de eliminar los cerdos de la ciudad ha provocado reacciones divididas, mientras unos se resigan otros se resisten. Muchos cerdos ya han tomado disimiles caminos, otros en cambio aguardan escondidos a ser descubiertos, y multados severamente sus dueños. Yo por mi parte apoyo totalmente la medida, el cariño que se le tenga a un animal, o al objetivo que se persiga con su crianza, sea cual sea, no es justificación suficiente para poner en peligro la vida propia y de los vecinos circundantes. No queda más remedio que, con alguna que otra esperanza postergada, decirles adiós a los cerdos CDRistas
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