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Los
historiadores no han logrado ponerse de acuerdo sobre el origen del
nombre de Siguaraya City, la ciudad donde vivo, santa y prostibular
capital de la República de la Siguaraya. Los folios más antiguos de
Herodoto Leal tampoco son muy claros respecto a qué sórdidas razones
llevaron a bautizar esta ciudad como el palo de monte que sin permiso no
se puede cortar. Pedir permiso, por cierto, es una necesidad patológica
para muchos nativos con la glándula iniciatival atrofiada por falta de
uso, pero los expertos lo descartan como raíz etimológica de la City,
porque aquí hay muchos mandaos a correr. “Cuando no llegan, se pasan”,
nos definió un ilustre dominicano…
Fuera quien fuera, el egregio patriota
que nos definió como la Tierra de la Siguaraya merece un busto en cada
parque o plaza central del país, mirando al horizonte con ojos de yeso,
estoico como todo prócer bajo el bombardeo fecal de los totíes. Va y
hasta le pondrían su nombre a la cuarta calle de cada pueblo, porque a
Martí, Gómez y Maceo nadie les quita el un, dos, tres.
Ser siguarayense es un vacilón, y
asumimos la vida como tal. Nadie nos gana extrañando, ni riéndonos de lo
serio, si acaso algo lo fuera. Cómo va a ser serio un país con
carnavales, filosofa un social. Aquí vamos de la solemnidad extrema al
choteo implacable, y lo real maravilloso reina en cada esquina como algo
absurdamente cotidiano. Por ejemplo, en Siguaraya City no nos basta con
una y tenemos dos monedas. Es más, una de ellas es tan dura, que vale
más que el dólar, y su tasa cambiaria depende no del mercado mundial,
sino de si pagas en moneditas o en billetes. Así, un peso en moneda dura
puede valer 20, 23, 24 o 25 pesos de la otra moneda, fofa y lacrimosa.
Existe la leyenda urbana de que algún día acabará la dualidad monetaria,
pero hasta entonces seguirán los salarios en moneda blanda, y casi
todas las tiendas venderán en moneda dura.
Dicen que las cosas que pasan en
Siguaraya no pasan en más ningún lado. Servicios que solo se ofertan en
horarios laborales. Tiendas que cierran cuando la gente comienza a salir
del trabajo. Cafeterías particulares que no abren los fines de semana.
Ofertas que te venden 50 jabones juntos por el mismo precio que te los
venderían por separado. Filósofos del volante que pontifican al módico
precio de 10 pesos, llevándote no a donde tú vas, sino por donde ellos
cogen. Noticieros para reírte y programas humorísticos para informarte.
Pueblos con un único mártir para nombrar lo mismo una escuela que un
cabaret. Otros donde apenas una casa separa la discoteca local de la
funeraria. Personajes, costumbres, historias…
Las historias en esta tierra se dan satas, como bostezo en asamblea. Un querido colega -gloria de la cultura nacional- las inventa en el aire,
pero a falta de su imaginación, yo les contaré cada semana los casos y
cosas de nuestra Siguaraya City. Algunas son increíbles, pero no tanto
como no tenerlas a diario dándole color a la prensa. Me preocupa mucho
lo que pensarán de nosotros en el futuro, cuando quieran conocernos y
descubran un país que varía según quien lo cuente. Por las hemerotecas
oficialistas desfilará acompasadamente un país lineal, chato y
sobrecumplidor de cuanta meta se proponga. A su vez, en la prensa
contraria sufrirá un país sometido, de corderos y autómatas
kimjongilianos. En las bibliotecas del futuro, se leerá en los libros
finiseculares que nuestra sociedad no era tan bonita como la escribían
par de décadas antes, y según las películas de nuestra época, Siguaraya
es solo su capital, una sórdida urbe habitada por supervivientes, donde
todos nos prostituimos de una forma u otra, porque somos puro fuego
sexual…
Siguaraya City es todo eso, pero todo
eso no es Siguaraya City. Gente del futuro, no dejen que nadie les meta
cuento. Se los digo yo que soy de aquí…
Tomado de: http://www.oncubamagazine.com/columnas/siguaraya-city/
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