Por: Juan Antonio García Borrero
Alejandro Rodríguez es uno de los blogueros
camagüeyanos que más disfruto leer. Lo que me seduce de su escritura es
su vocación polémica cargada de irreverencia. Escribe bien, y tiene
además un gran sentido del humor, lo cual ayuda a que el periodismo que
propone sea el doble de incisivo y perturbador. Por supuesto, eso le ha
triplicado admiradores, pero también el número de detractores: el choteo
inteligente suele ser un arma de incomodidad masiva.
Ahora el Alejo me ha enviado unas preguntas relacionadas con las
nuevas tecnologías y el futuro incierto de la Ley de Cine en Cuba.
Comparto mis respuestas que, desde ya, anuncio que carecen de la gracia
del interrogador.
JAGB
Pregunta: ¿Por qué crees que en el actual
contexto de cambios que vive Cuba, sean justamente los cineastas los que
más presión estén haciendo para una nueva institucionalización de su
actividad?
Respuesta: En realidad sería un poco arriesgado
afirmar que los cineastas son los que más presión están ejerciendo en
estos instantes dentro de la sociedad cubana. Tal vez están siendo uno
de los grupos que más visibilidad vienen alcanzando con sus demandas,
precisamente por el carácter público de sus actividades, y el respaldo
mediático que han obtenido. Pero me imagino que en un contexto como el
nuestro, tan cargado de expectativas personales y colectivas, y una
coyuntura como la actual en la cual hay tantas actividades que de pronto
han pasado a ser responsabilidad del sector privado, sospecho que otros
intentarán concederle el mismo nivel de institucionalización a sus
intereses, o lo que es más o menos parecido, similar nivel de
legitimación a cada una de estas prácticas. Yo vería en esto la
aspiración natural por lograr implementar un verdadero Estado de
derecho, una sociedad donde lo que se haga o se deje de hacer tenga más
garantías legales que los simples cambios en el humor de los burócratas o
ideólogos que rigen estas actividades.
Pregunta: ¿Qué beneficios y/o limitaciones te
parece que supondría una futura Ley sobre el cine que se hace hoy en
Cuba?…. Para los cineastas como profesionales, para la salud general del
cine cubano; para la producción y la distribución de los materiales,
pero sobre todo para la génesis del acto creativo (la libertad de los
artistas).
Respuesta: El primer beneficio que le veo es que,
por fin, estaríamos hablando y actuando desde “nuestra época”. Hace ya
bastante tiempo que en Cuba, en la vida cotidiana, y pese a todas las
precariedades tecnológicas, logramos pasar de la edad del celuloide a la
edad del celular, pero son pocos los que en este país se enteran de ese
tránsito.
Todavía se sigue añorando los grandes cines, porque la mentalidad
cubana sigue siendo esencialmente analógica. Y es una lástima porque se
pierden de vista todos los efectos que ya ha tenido en nuestra sociedad
la lenta pero irreversible entronización de lo digital, que no solo
repercute en las políticas de producción audiovisual, sino antes, en los
fenómenos de recepción.
Porque al final, los que están decidiendo los cambios más
revolucionarios y radicales en los hábitos de consumo audiovisual del
cubano del siglo XXI no son las instituciones cubanas, absolutamente
superadas por la época (aquí incluyo al ICAIC, desde luego), sino todos
esos dispositivos que aprovechando las abundantes herramientas que
prodiga la actual revolución electrónica estimula la aparición de nuevos
productores y nuevos consumidores de imágenes acompañadas de audio.
Los propios creadores que hoy reclaman con mucha lucidez y valentía
la instauración de ese cuerpo legal que proteja sus actividades siguen
apelando de modo inconsciente a eso que alguna vez conocimos por “cine”,
pero que hoy ya no existe, o está en vías de mutar en algo
absolutamente inédito. Yo a estas alturas del partido prefiero hablar de
audiovisual expandido, donde el cine (en su dimensión más tradicional)
sería apenas un capítulo dentro de esa gran historia que es la historia
de las imágenes proyectadas en público. Es decir, las imágenes como
espectáculos que nos seguirán deslumbrando del mismo modo que en su
momento deslumbraron a los contemporáneos de los hermanos Lumiére, pero
con otro perfil.
Luego, ¿cuál sería el beneficio de una ley como la que están
pidiendo? Primero, la protección de eso que indiscutiblemente devino
arte cinematográfico, y que hoy podría perderse en medio de tanta
vorágine y falsa creatividad. La facilidad para acceder a las nuevas
tecnologías ha avivado el espejismo de que cualquiera puede hacer una
película, y esto ha traído como consecuencia que las jerarquías se
pongan en peligro, o que sencillamente, se pierdan. Eso me parece
monstruoso, porque con la creación del ICAIC en 1959 se consiguió crear
en Cuba una verdadera cultura cinematográfica donde era importante la
producción de películas, pero también el consumo de lo más relevante de
esta expresión artística. Hoy las circunstancias son otras, y ya estamos
pagando parte del precio. Un marco legal podría propiciar una obtención
más inteligente de fondos, estimular incluso la inversión extranjera
tomando en cuenta que hablamos de una actividad con un alto perfil
transnacional, y poner esas ganancias en función de mejorar las
tecnologías para producir, pero también para consumir. Las salas
colectivas van a seguir existiendo, y yo no sé si tendremos que
cambiarles los nombres, pero es preciso que esas salas mejoren sus
condiciones primero.
Pregunta: ¿Crees que el cine hecho por jóvenes
realizadores, a través de las dinámicas productivas que más lo
caracterizan- productoras independientes, apoyos financieros que no
vienen exclusivamente del ICAIC…- sea muy diferente en esencia al que se
hacía en otras décadas?
Respuesta: Las lógicas de producción son diferentes, y en algunos casos han tenido excelentes resultados. Estoy pensando en películas como Juan de los Muertos, Melaza, por
poner un par de ejemplos. Temáticamente ese audiovisual realizado por
jóvenes se había caracterizado en un principio por reflejar críticamente
la realidad cubana, por mostrar zonas de la realidad que la prensa
oficial solía o suele omitir en sus discursos, pero sin grandes
pretensiones en cuanto al uso del lenguaje cinematográfico.
Yo tuve la suerte de dirigir la Primera Muestra de Jóvenes
Realizadores, que la hicimos en La Habana en el 2001, y recuerdo que el
trabajo de curaduría fue arduo, porque se presentaron más de un centenar
de materiales, y se podían contar con los dedos de una mano aquellos
que sugerían novedad en el uso del lenguaje. Claro, siempre queda la
satisfacción de que varios de los que formaron parte del programa
inaugural hoy ya tienen una filmografía importante, como Miguel Coyula,
Esteban Insausty, Pavel Giroud, Léster Hamlet, Humberto Padrón, por
mencionar a algunos de los que entonces se presentaban por primera vez.
En los últimos tiempos se advierte una mayor madurez, y mayores
ambiciones. Ya no se trata sólo de denunciar un estado de cosas, sino de
apelar a la sutileza, a la complejidad expositiva para crear un cine
“diferente”. A mí siempre que alguien me habla de “independencia
creativa” me activa el botón de la sospecha. He visto mucha producción
realizada al margen del ICAIC que si se quitan los créditos se habría
podido jurar que fue hecha institucionalmente, debido a la ausencia de
riesgos y la abundancia de “correcciones”. En cambio, el ICAIC fue
durante un tiempo un verdadero hervidero de herejías formales. Por allí
sobrevive un puñado de películas que siguen inspirando los deseos de
romper moldes.
Pregunta: ¿Cuánto hay de inevitabilidad
tecnológica y cuánto de "cambio de mentalidad", en el hecho de que ahora
sea posible encontrar muchísimos más materiales con una crítica más
descarnada sobre la sociedad cubana?
Respuesta: Creo que una cosa siempre llevará
implícita la otra. Los cambios tecnológicos propician cambios en las
maneras de representarnos el mundo, y las representaciones del mundo
son, esencialmente, procesos mentales. Por otro lado, quien posea esos
medios de representar el mundo, y la capacidad para distribuir y colocar
las imágenes que se deriven de esa producción en lugares estratégicos,
estará garantizando su propia legitimidad como ente rector de esas
representaciones. De allí que todos los grandes poderes siempre persigan
el control de estos dispositivos. Las nuevas tecnologías están poniendo
en crisis el control de esas representaciones. No ocurre solamente en
Cuba. Véase, por ejemplo, el boom mundial de los llamados reality shows, con
todas esas inéditas estrategias de representación social donde sale a
la luz precisamente lo que nuestros padres nos habían dicho que era
obsceno mostrar en televisión.
En el caso cubano es evidente que la tecnología no ha inventado a la
nueva mentalidad crítica, sino que en todo caso ha contribuido a llevar a
la esfera pública, intereses y sujetos sociales que hasta ahora habían
estado silenciados por un discurso monolítico, y en apariencia, sin
fisuras. Mi aspiración, en el plano personal, es que esa crítica gane en
densidad, en rigor, y que sea capaz de llegar a la esencia de nuestros
problemas públicos, y sobre todo someter esos problemas a un debate
oficial donde serán los argumentos, y no los prejuicios, los que
alcancen el protagonismo. Pero para eso, entre otras cosas,
necesitaríamos una Ley de cine que nos ofrezca todo tipo de garantía
legal.
Tomado de: http://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2014/07/16/conversando-con-alejandro-rodriguez-sobre-la-ley-de-cine-en-cuba/
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