He leído el post que Enrique Ubieta
acaba de publicar en su blog, y me ha dejado más inquietudes que
respuestas. Otras veces he comentado que las lecturas que agradezco son
aquellas que despiertan en mí el deseo de oponerles a los autores mis
objeciones más intensas. Este texto acaso sea una de esas lecturas.
El post me motiva porque aboga por una de las prácticas que más me
interesaría contribuir a naturalizar entre nosotros: el debate público.
Dice Ubieta: “Necesitamos el debate permanente, no el que surge de
coyunturas y se propaga como un incendio que todos desean sofocar con
rapidez”. Y en otro momento de su texto retoma una de las ideas que acoté en entrada anterior publicada en este blog: “Todos sentimos añoranza por aquel “hervidero de polémicas” revolucionarias que fue Cuba en la década de los sesenta”.
Hasta allí no creo que tengamos grandes diferencias a la hora de
describir el mundo al que aspiramos vivir. Solo que detrás de las
palabras que ambos utilizamos existe un universo todo el tiempo
dinámico, complejo, y sobre todo habitado por seres humanos que viven,
sueñan, y mueren sin ver cumplidas las mayorías de sus utopías
individuales, lo cual merecería un análisis menos abstracto, por
hermosas y altisonantes que suenen esas palabras. Por lo que yo
apuntaría que ese debate permanente que los dos reclamamos debería sobre
todo ocuparse de las cosas concretas que ocurren a nuestro alrededor. Y
discutirlas aquí y ahora.
En este sentido, no basta apuntar, como si se tratara de una consigna más: “Sin
embargo, la Revolución, los revolucionarios, vemos (debemos ver) el
mundo, con los ojos de los oprimidos. El ángulo de los opresores, no
cuenta”. Eso resulta insuficiente porque lejos de ofrecernos
argumentos que nos permitan entender esa afirmación, es a todas luces
una petición de principios en la cual el sujeto que expone la idea al
mismo tiempo se autoproclama ente rector de esos escenarios, en nombre
de no se sabe qué providencial autoridad revolucionaria. O dicho de otro
modo, que el término “revolucionario” (que es sin dudas uno de los más
problemáticos que han manejado los humanos desde la Revolución Francesa
hasta acá) queda secuestrado por una terminología heredada, a la cual no
se le somete a crítica en ningún momento, pese a que los escenarios
actuales son distintos y yo diría que hasta inéditos.
Hay otro instante del texto que daría pie a un debate largo, y es ese donde afirma: “Se
ha entronizado la peregrina idea de que todas las conductas del pasado
(erróneas o no) fueron asumidas o ejecutadas desde el miedo o desde el
fanatismo”. Y añade más adelante: “Cuando se descubre que
alguien mantenía en su conducta una doble moral, comprendemos que nunca
fue revolucionario: la visión del miedo que nos atribuyen como rector de
nuestros actos, es la visión y la justificación que tiene de sí la
contrarrevolución. Por lo general, los que hablan de doble moral se
describen a sí mismos. Los revolucionarios no actuamos ni por odio, ni
por miedo. Creemos en lo que defendemos”.
Esto me devuelve a las ideas que alguna vez expuse en un ensayo que titulé El miedo a soñar. Algunas reflexiones sobre el futuro del cine cubano, y
que, casualmente, Enrique Ubieta tuvo la gentileza de incluir en un
libro colectivo que editara. Yo pienso que las maniqueas afirmaciones
que aquí hace el ensayista en torno a la función que ha tenido el miedo
entre nosotros, lejos de esclarecer lo que ha sucedido, lo que infunde
es más miedo a la hora de hablar con claridad de estos asuntos pasados, por doloroso que sea su reconocimiento.
Como buen estudioso de la filosofía política que es, Ubieta ha de
saber que el miedo sería algo más complejo que esas actitudes donde los
seres humanos muestran una supuesta debilidad en el momento de
enfrentarse a determinadas circunstancias. El miedo, como han estudiado
un montón de sabios, está en la raíz misma de la existencia humana. Que
determinadas personas tilden de cobardes y débiles a otras en virtud de
la no correspondencia de los valores que se defienden en la vida, lo
único que pone en evidencia son los antagonismos sociales, porque en
verdad todas las personas han experimentado el miedo, el temor, o la
angustia en algún momento de su vida.
Luego, tomando en cuenta esas realidades últimas, es que los seres
humanos deberíamos luchar por construir sociedades donde las relaciones
de poder no exploten ese miedo natural en función de los fines políticos
de un grupo, sino que fomenten la solidaridad y la confianza de los
individuos en sí mismos, entre ellos, y en las instituciones que sean
capaces de crear entre todos. En este punto, la pregunta sería:
¿estaríamos en condiciones los cubanos de crear un socialismo de ese
corte? ¿un socialismo donde nunca más se oiga aquel profético “Tengo
miedo” con el que se dice que Virgilio Piñera abrió en 1961 aquellos
encuentros de Fidel con los intelectuales?. Para ello quizás sea
conveniente no perder de vista aquel señalamiento de Foucault: “El
socialismo, los socialismos, no tienen necesidad de otra carta de las
libertades o de una nueva declaración de los derechos, fácil, pero
inútil. Si quieren merecer ser queridos y no decepcionar más,
si quieren ser deseados, tienen que responder a la cuestión del poder y
su ejercicio. Tienen que inventar un ejercicio del poder que no dé miedo”.
Finalmente, celebro el optimismo de Ubieta cuando comparte el
entusiasmo que despertó en él el Congreso de los Jóvenes Escritores y
Artistas Cubanos. Yo, que he visto a tanto joven morir de viejo a los
veinte años, pienso que ese cambio de mentalidad que tanto ansiamos, un
cambio que permita que el arte, entre otras expresiones de nuestra
cultura, reverencie a la vida y a sus habitantes humanizando las descripciones que haga, tendrá que llegar (y está llegando) por caminos más bien insospechados.
Y ojalá se produzcan sorpresas reales, aunque ahora mismo no percibo
nada en el horizonte. Quizás los cubanos den ese salto a lo inédito el
día que tengamos en la presidencia del país, por ejemplo, a una mujer,
que además sea negra, y además, lesbiana, y a nadie le parezca
excéntrico. Porque, ¿quién dice que esa no sería otra manera de hacer
revolución en nombre de los oprimidos?
Juan Antonio García Borrero
Tomado de: http://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2014/06/05/a-proposito-de-los-silencios-y-la-critica-en-cuba/#more-3220
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