Por: Carla Gloria Colome
Hace diez años Luz María vive a los pies del basurero más grande de
La Habana, el llamado “Bote de Cien”. Es alta y delgada y hoy parece la
estela de la bailarina de un sitio en decadencia. Hace diez años, cuando
ya no bailó más en el cabaret Tropicana, Luz María levantó unas tablas,
aseguró con unas vigas el techo de trozos de cartón y madera, hizo un
colchón con ruedas de carro y ropa vieja, y se instaló en ese rancho de
trastos y cosas viejas.
“Me dijeron que había un lugar donde botaban ropa y zapatos, lo que
no me gustaba lo cambiaba por arroz y frijoles, y así fui sobreviviendo.
Mi mamá vivía en La Habana pero yo no podía irme para su casa, y dije:
me voy a hacer un ‘quimbito’ por un monte de estos. Lo hicimos mi marido
y yo, pero a él lo cogieron en el bote y se lo llevaron preso”.
Nos invita a conocer el quimbo: una botella, una revista pornográfica
en la esquina, un llavero, un tete de bebé colgando del techo, una
mochila rota, flores de plástico gastado. Todo lo ha recogido del
basurero. “Yo me encontré en el bote vasos, platicos, una foto de Juan
Pablo Segundo, relojes, cadenas de oro, celulares, y muñecos. Me gustan
los muñecos”, nos cuenta.
No está sola en el quimbo, el Chen vive en otro a la derecha del de
Luz María. No hay muchos por aquí, si acaso dos más. Les pregunto si no
hay gente que quiera plantar alguno y el Chen salta enseguida: “No, no,
no, no, no, no, no. Eso ni se mienta. Y si hacen otro, nosotros lo
echamos abajo, somos la autoridad aquí. A este lugar pueden venir de
visita, pero tantos quimbos no, porque se me cuela la policía en la
cueva”.
El Chen lleva par de años viviendo en ese quimbo. Antes vivió un año y
medio en el mismo bote, encima del basurero, hasta que se llevaron al
esposo de Luz María preso, entonces ella le pidió que se hiciera un
quimbo cerca y la acompañara. Ahora le dice “tráeme un cigarro, mi
nené”, y ella busca en su quimbo una mochila de cigarros viejos y
manchados.
Cuando llega el camión de la fábrica de cigarros al basurero, le caen
encima. Tratan de que nunca les falten los cigarros y el alcohol, que
lo venden cerca. Compran, a veces, algo de comida, pero aprovechan los
camiones que llegan y botan pan bueno, o algunas cabezas o patas de
puerco, o vianda. Lo que sirve se lo comen, el resto lo venden como
salcocho para animales.
El Chen prefiere subir al bote temprano. A esa hora el galeón –como
llaman a la policía- a veces no está, y a esa hora se ve mejor, si sube
de noche tiene que andar con un mechero para buscar entre tanto montón
de basura.
Luz María por estos días no ha subido porque tiene el ombligo muy
inflamado. Hace poco cargó con cinco sacos de ropa y ella no puede hacer
mucho peso, está operada de apendicitis. Tiene también en el vientre la
cicatriz por los mellizos que perdió. Pero viene gente de Pinar del Río
y otras provincias, y le dan dinero por la ropa que se encuentra y con
eso se las arregla.
Por mucho tiempo han vivido en y del basurero. El Chen dice que a
cada rato en ese lugar se forman incendios por las sustancias que
desprende la basura descompuesta: “Tienen que quitar ese bote”, agrega,
“eso está en medio de una capital, tienen que apartarlo”. Y si lo quitan, ¿usted ha pensado qué van a hacer si lo quitan?,
pregunto. “Irnos para el bote que pongan, porque es allí donde hay que
estar. Nosotros, los de esta clase, de la clase baja pero honesta,
nosotros estamos en la clase de la basura y yo me muero con esta clase”.
El Chen se fuma un cigarro, le pasa a Luz María el pomo de alcohol.
Ella bebe, lo devuelve y nos pide disculpas, después podemos seguir la
conversación pero ahora tiene unos frijoles al fuego, está anocheciendo y
ellos tienen que comer, ellos, los perros y su gatita blanca. Hoy
tienen frijoles, gallina vieja, y alguna vianda que encontraron en el
bote. Se les ve satisfechos.
Tomado de: http://oncubamagazine.com/a-fondo/la-luz-del-bote/
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